martes, 19 de abril de 2011

Un último baile le pido

Y resultó que llegó a mi vida un muchacho que sabe bailar. No es el primero, ya los ha habido antes que cuando me acercan a ellos, me miran a los ojos y no dejan de bailar, me tienen. Si no para toda la vida, por lo menos para toda la noche.
Total que llegó este muchacho bailador y me habló al oído. Nunca quise creer lo que él decía. No que no fuera digno de confianza, sino que mi confianza anda débil y no se regala como antes.
Una vez vi una película que decía que hay que darse como las olas del mar (o algo así decía) y me gustó. Pienso que hay que darse enterita y sin reparos, regalarse. Que si se va a querer se tiene que hacer con toda el alma, o lo que haya de ella en ese momento. Que si se va a compartir, se tiene que compartir no solo lo que sobra si no lo que falta. Que si se ve a coger se tiene que hacer con todo el cuerpo y todos los suspiros. Así anduve yo mucho rato, hasta que se me acabó lo que dar, se me acabó el alma, se me terminó el cuerpo; y entonces no pude creer lo que el muchacho me decía.
Ahora pienso que no es que no le crea, sino que nunca dijo lo que quería escuchar. Supongo que tampoco se qué es lo que quiero escuchar, pero espero que cuando lo haga me de cuenta.

Ha pasado el tiempo y me quedaron ganas de bailar con él. Me quedaron ganas de extrañarlo sin regañarme por hacerlo. Me quedaron ganas de escucharlo un rato más con la esperanza de que finalmente dijera lo que esperaba escuchar. Me quedaron ganas de llamarlo mio y saberme suya.

Tampoco es la primera vez que con lo único que me quedo es con mis ganas, y sin nadie a quien compartírsela y entonces pienso si me equivoqué. Si debí de haberlo buscado y pedirle que bailara conmigo, que me besara, y me robara los suspiros con sus labios. Que me dijera una mentira, o la verdad, y me volviera a hablar al oído. Si debí de haber dejado mi miedo de lado y haberle dicho a la confianza que estaba todo bien y que se regalara.

Ahora me queda esperar a que la música vuelva a sonar y entonces llegué un marinero que me levante las enaguas y me lleve a la mar con él. Que me invite a parar con él en cada puerto y busquemos una nueva cama en donde dejar pasar todas las horas del día solo esperando a que la noche no acabe y nos la comamos a bailes.
Ahora me queda ser sirena y que mi canto lo traiga a la orilla de mi cama y él encuentre una mejor razón para estar.Me quedan ganas de que me lea, y me quedo con el miedo de decírselo al oído.

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